Saludos.
De Texcoco al DF
TRASLADO DE TLÁLOC EN 1964, A LA PANTALLA DE LA CINETECA
*** La hazaña que representó llevar el monolito prehispánico de Coatlinchán, en el Estado de México, a la Ciudad de México, es rescatada en un documental que se presentará este viernes
*** Con el título La Piedra Ausente, el filme también se proyectará el próximo sábado en la plaza principal de la localidad mexiquense
El 16 de abril de 1964, la imponente escultura prehispánica de Tláloc, dios de la lluvia, llegó a la Ciudad de México bajo un torrencial aguacero que inundó varias colonias; tras una jornada de más de ocho horas se logró su traslado desde el pueblo de Coatlinchán, en el Estado de México. Todavía permanece en la memoria esta hazaña —histórica y técnica–—, que ahora es rescatada en el documental La Piedra Ausente, que se presentará este viernes en la Cineteca Nacional a las 18:00 horas.
Coproducido por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH-Conaculta) y el Instituto Mexicano de Cinematografía (Imcine), a través de un apoyo del Fondo para la Producción Cinematográfica de Calidad (Foprocine), el filme fue dirigido por la antropóloga Sandra Rozental y el documentalista Jesse Lerner, y también será proyectado en la plaza principal de Coatlinchán, municipio de Texcoco, el sábado 19, a las 19:00 y 21:00 horas.
Rozental informó que este documental, basado en una investigación académica comenzada en 2005, recoge, por un lado, los testimonios de los habitantes de Coatlinchán y, por otro, de los principales actores de esta “impresionante maniobra de ingeniería”: el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, responsable del proyecto del Museo Nacional de Antropología, y el ingeniero Enrique del Valle Prieto, encargado del traslado del monolito prehispánico.
La doctora en Antropología señaló que su interés en Coatlinchán, y en Tláloc en particular, surgió cuando hizo la investigación para su tesis doctoral, que “está enfocada en las relaciones sociales en torno al patrimonio arqueológico”, de ahí la iniciativa de hacer un documental para que esta investigación no se quedara solo en un texto académico.
Para emprender este proyecto buscó al experimentado cineasta y curador Jesse Lerner, quien ha explorado en sus documentales las relaciones entre México y Estados Unidos, y curado exposiciones en el Centro Fotográfico “Manuel Álvarez Bravo”, así como en los museos Guggenheim de Nueva York y Bilbao.
La Piedra Ausente, refirió Rozental, narra la historia de cómo la antigua escultura —de 165 toneladas y siete metros de altura— fue trasladada a la Ciudad de México para ser colocada en su ubicación actual: la esquina de Paseo de la Reforma y Gandhi, a las afueras del Museo Nacional de Antropología, donde da la bienvenida a los visitantes, como “un reflejo del sistema de patrimonio que ha generado el Estado mexicano”.
Para la antropóloga el traslado de Tláloc es una metáfora de un momento de la historia de México que nos afectó a todos, que marcó un cambio entre un país más metido en el pasado y un México modernizador que revaloraba su historia a través de sus ruinas y sus comunidades.
Sandra Rozental adelantó que este filme también da cuenta de la historia de un vacío, porque en la comunidad “hay un sentimiento de despojo que se ha pasado de generación en generación, y la gente sigue hablando del suceso con muchísima pasión, de un hecho que sucedió hace ya casi 50 años”.
No obstante, dijo, los habitantes han asumido esta ausencia de una forma muy productiva, “la gente ha creado réplicas de Tláloc de todos los tamaños”, luego de que en 2007 se colocó en la plaza del pueblo una réplica de tamaño natural, a la cual le hicieron una ceremonia para ‘darle’ la esencia de la original y con ello “de alguna manera la volvieron algo muy suyo”. Además, la deidad está presente en las historias que cuentan los vecinos de Coatlinchán.
La realizadora del documental puntualizó que para el desarrollo de este trabajo fílmico encontró valioso material de archivo, porque “todo el traslado fue muy mediático”, y fue registrado en película de 16 milímetros y también en cientos de fotografías. Algunos de esos materiales se encontraban en los archivos del INAH, del arquitecto Ramírez Vázquez y también de Noticieros Televisa. Para mantener la calidad del soporte, “se decidió no grabar en video digital sino filmar en formato súper 16 milímetros, y después trasladar todo el material a 35 milímetros para su exhibición”.
Este documental, anotó Sandra Rozental, “hubiera sido muy distinto sin el apoyo del INAH, que aportó recursos para la producción, nos dio acceso a sus archivos y también todos los permisos para filmar en el Museo Nacional de Antropología”.
La antropóloga comentó que la gente de Coatlinchán sigue acudiendo al paraje de dónde se extrajo el monolito para hacer días de campo; ahí también hacen rituales los adeptos de la mexicanidad.
Una gigantesca plataforma rodante
El monolito del dios de la lluvia, en el pueblo mexiquense de San Miguel Coatlinchán, es conocido por los lugareños como la “Piedra de los Tecomates”.
En las últimas décadas del siglo XIX, era un paseo obligado la visita a la gran escultura que se hallaba acostada en la Cañada de Santa Clara, en las laderas de la Sierra Nevada, lugar donde confluyen dos arroyos.
El arqueólogo Felipe Solís Olguín (1944-2009), ex director del Museo Nacional de Antropología, recordó en un artículo publicado en la revista Relatos e Historias (2009), que en 1882 el entonces director del Museo Nacional de México, don Gumersindo Mendoza; el profesor de zoología y botánica Jesús Sánchez y el artista don José María Velasco, miembros de la misma institución, fueron quienes “redescubrieron, describieron y dibujaron” la escultura.
Tiempo después el arqueólogo del Porfiriato, don Leopoldo Batres, designó a la escultura como Tláloc, dios de la lluvia, aunque hay quien aún insiste que el coloso representa a la diosa Chalchiuhtlicue, “la de la falda de piedras preciosas”, diosa azteca de los lagos y corrientes de agua. Se sabe que Batres fue el primero que tuvo la intención de trasladar el monolito a la Ciudad de México en un tren de carga, pero su enorme peso y tamaño lo hicieron desistir de tal empresa.
Solís Olguín rememoró que en el traslado de Tláloc, además del arquitecto Ramírez Vázquez y los ingenieros Cué y Valle Prieto, también participaron los arqueólogos Luis Aveleyra y Ricardo de la Robina.
Para poder levantarlo “se construyó en la cantera —donde el monolito se hallaba depositado— un armazón de viguetas de acero que permitió alzar el monumento con cables del mismo material”. También se diseñó un remolque especial doble con más de 20 ejes, jalado por dos tractocamiones, capaz de soportar más de 200 toneladas, “una gigantesca plataforma rodante”. La maniobra, que se llevó a cabo el 16 de abril de 1964, fue trasmitida en parte por la televisión de la época.